viernes, 24 de julio de 2015

Flores negras

Quintín en Perfil sobre La Serenidad, Pequeña Flor y Doña Pola.

Es posible que haya alguna conexión secreta entre la reciente literatura argentina y la botánica. Los últimos tres libros que leí hablan de la vida vegetal. La serenidad de Iosi Havilio termina así: “¡Plantas! ¡Plantas! ¡Somos plantas! ¡Con los frutos en el éter y las raíces en el misterio!” Poco después, Havilio publicó Pequeña flor (2015), que en realidad se llama así por un tema del saxofonista Sidney Bechet, aunque allí el tema de la jardinería tiene su importancia. A su vez, Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac, se desarrolla a partir de las orquídeas y de las exploraciones de los naturalistas en territorios inexplorados. Se pueden detectar otros puentes entre Havilio y Oloixarac, como la visión de que las ratas pueden apoderarse del mundo, o que ambos nacieron en Buenos Aires a mediados de los 70 y estudiaron filosofía. Y, por qué no, cierta tentación de pedantería, que se advierte tanto en la foto de la solapa de La serenidad, donde el autor posa mirando una partitura de John Cage, como en el epígrafe de Las constelaciones oscuras, que es una frase de Stendhal en latín cuya traducción no es evidente para el lego (Havilio se confía a la vanguardia, Oloixarac a los clásicos). Pero la pedantería no es un pecado grave para los jóvenes escritores.
De todos modos, Oloixarac y Havilio posicionan sus respectivas obras de modos distintos. Havilio lleva construida con sus cinco novelas una reputación de escritor confiable para el medio local. Su obra es variada, virtuosa, pasional y en cada libro asume riesgos, aunque atenuados justamente por la comunidad en la que se inscribe y los parentescos literarios apropiados. Más allá de que en entrevistas Havilio se declare admirador de Aira, de Heidegger o de algunos de sus contemporáneos, hay en La serenidad referencias a Joyce y a Céline; Pequeña flor (otra novela de un yo dinamitado por los procedimientos de la escritura, aunque ambas sean disimuladamente fieles al costumbrismo), se habla de varios escritores rusos aunque su trama falsamente fantástica remite a uno que no se nombra: Nabokov, con sus relatos en los que el narrador se engaña. De todos modos, la de Havilio es una escritura sólida, adecuada a su momento, vital.
Lo de Oloixarac es casi opuesto. Después de Las teorías salvajes, su debatida primera novela, ésta no es otra provocación en clave sino una apuesta a escapar por arriba del mundo gregario y confortable de la literatura nacional. Fernando Montes Vera dice en un panegírico de la novela que Oloixarac “se inscribe en el campo de los escritores que no escriben, sino que van más allá y crean universos”, y también que “es imprescindible en las letras internacionales”. Las dos frases (¡una escritora que no escribe!) servirían para caracterizar y aplastar a Pola como alguien que apunta al mercado comercial alto. Las constelaciones oscuras, novela de ciencia ficción, es una fantasía imaginativa e intrincada con un manejo informado y cuidadoso de las ciencias sociales, de la computación y de la biología. Pero además, hay rasgos de visión y de genialidad, incluso de cierta locura, en esta novela que se hace cargo de la complejidad del mundo y quiere entender su porvenir. Aquí no es el protagonista sino la escritora la que se puede engañar sobre la potencia de una jugada de gran ambición.